jueves, 29 de abril de 2021

Una remembranza de Gerardo de la Torre

La siguiente remembranza fue compartida por Gerardo de la Torre en el grupo Mundo Fantomas, de FaceBook, y a su vez la compartimos por aquí, con mucho gusto de contar con este material de primera.

Una aventura con Fantomas

Gerardo de la Torre

Para nuestro grupo de aspirantes a periodistas culturales, los sábados era obligada la visita a la oficina de Juan Rejano en El Nacional. Acudíamos con cuartillas en ocasiones primerizas que recogían cuentos, poemas, entrevistas, reseñas de libros y de filmes, mínimos ensayos en torno a la danza y la pintura. Luego de la entrega de las notas, a veces de un rechazo nunca definitivo, venía la acostumbrada reunión en el Salón Palacio, la cantina distante no más de media calle de las instalaciones del diario en la calle Ignacio Mariscal. Uno o dos sábados del mes, Juan Rejano se animaba a acompañarnos y hablaba de Pedro Garfias, sus poemas y sus resacas pavorosas; de la guerra de España y la crucifixión de la República. Invitaba Juan una primera tanda de cervezas, luego se marchaba a casa.

Por esos años el poeta, narrador y periodista costarricense Alfredo Cardona Peña, que se ganaba la vida inventando historietas para Editorial Novaro, retornó al Salón Palacio (donde antaño se reunía con Juan Rulfo, Pepe Revueltas, Efraín Huerta, Andrés Henestrosa) y se sumó al grupo de diez o doce incipientes periodistas, todos ellos bravos bebedores, que Juan Rejano había aceptado en el suplemento cultural.

La primera vez, quizá para ganarse la simpatía general, Alfredo mandó poner en la mesa una botella de ron.

—Sírvanse —dijo.

Varias manos volaron hacia la botella. El propietario de la mano más rápida se sirvió medio vaso de ron sobre un par de cubos de hielo y pasó la botella al que estaba a su izquierda, quien se sirvió también medio vaso y el ron siguió su camino agotándose en medios vasos. No alcanzó para todos, ni siquiera para el donante. Alfredo no volvió a invitar botellas. Aprendió las reglas egoístas de la cantina y se adecuó a ellas.

Durante una jornada a principios de 1969, Cardona Peña invitó a los colaboradores del suplemento cultural a participar en la confección de historietas, concretamente en la titulada Fantomas, que habían inventado en Novaro tomando como lejanísimo modelo las novelas del criminal francés creado por los periodistas Pierre Souvestre y Marcel Allain. De aquella hueste eufórica, ocho lo menos formalizamos cita con el poeta en las oficinas de Novaro en San Bartolo. Y una vez pasada la artificial exultación, sólo tres o cuatro acudimos a refrendar el compromiso.

Comparecí una mañana lluviosa en las instalaciones de Novaro, en San Bartolo Naucalpan. Cardona Peña me proporcionó dos ejemplares distintos del cómic y los guiones que les habían dado origen. Con esos elementos y mucha voluntad, indicó el editor, me bastaría para aprender el oficio de historietista.

Me fui a casa y me puse a estudiar el asunto. Fantomas vivía en una enorme y magnífica caverna habilitada como mansión y provista de todos los adelantos tecnológicos inventados y por inventar, asistido además por doce hermosas mujeres cuyos nombres correspondían a los signos del Zodíaco. Su mejor amigo y consejero era un científico capaz de resolver cualquier problema técnico: el profesor Semo, quien a su vez tenía por ayudante a un robot a veces muy idiota: C-19. Había otros personajes, pero el más destacado era el acérrimo enemigo del héroe, un inspector policial parisino de nombre Gerard al que Fantomas ponía en ridículo una y otra vez.

De los dos cómics que recibí, uno contenía cierta historia de ciencia ficción (mucha ficción y escasa ciencia) y el otro abordaba un caso policiaco. Fantomas era un pillo noble y generoso que robaba a los ricos para dar una parte (pequeña) a los pobres, desfacía entuertos cada vez que los detectaba y le gustaba involucrarse en empresas del dominio de la fantasía científica. Un detalle simpático era que, para abrir desde fuera el sólido portón de la caverna, se requería decir la clave, unos cuantos versos de un poema conocido. Por ejemplo los de Neruda que dicen: “Inclinado en las tardes/ tiro mis tristes redes/ en tus ojos océanicos...” Y el portón se deslizaba: RRRR.

Con ayuda de uno de mis hermanos confeccioné una primera historia cuyo asunto era el robo del trofeo Jules Rimet, la copa del mundo. Se acercaba el mundial de futbol México 70 y nos pareció que no había mejor ocurrencia. Llamé por teléfono a Cardona Peña para exponerle la idea y el poeta se entusiasmó y días después aprobó el guion entregado.

Durante cosa de cuatro años hice guiones para la serie de Fantomas. El otro historietista permanente, que estuvo trabajando para el personaje a lo largo de ocho, nueve o diez años, era Gonzalo Martré, también reclutado en el Salón Palacio. Al principio fabricaba cada uno un guion al mes, luego uno cada quincena, al cabo uno por semana.

No sólo colaboré en aquella historieta. Armado de audacia exploré biografías de artistas y científicos en la serie llamada Vidas ilustres, me atreví con crímenes espeluznantes en el cómic titulado Asombro, tuve que internarme en territorios de una extraña mística para hacer Hatha Yoga, invención de Alfredo. Pero mi favorito siempre fue Fantomas.

Cierta vez me presenté con un guion que contaba la historia, acontecida en una isla desierta, donde unos robots en forma de cangrejos se devoraban unos a otros y eran capaces de crecer aprovechando los mecanismos de los derrotados. Al final sólo quedaban dos enormes robots que representaban una amenaza para las embarcaciones que pasaban cerca, a las que destruían y usaban sus restos para seguir creciendo. Intervenía entonces Fantomas y se las ingeniaba para acabar con aquellos animales mecánicos.

En cuanto Cardona Peña recibió el trabajo se puso a leerlo. Y me di cuenta de que a medida que leía el rostro se le iba tiñendo de extrañeza. Al fin levantó la mirada y dijo:

—Qué curioso, acaba de traerme un guion Gonzalo Martré y cuenta exactamente la misma historia. No me explico cómo pudieron coincidir.

Yo sí me lo explicaba. El asunto lo había tomado de un cuento aparecido en una modesta antología de la ciencia ficción soviética adquirida en la librería del Partido Comunista en el centro de la ciudad. Y jamás imaginé que alguien llegara a comprar otro de los escasos ejemplares que andaban por allí perdidos. Pero Martré lo hizo y, razonando de manera semejante, decidió colocar el mismo texto ante el pelotón de fusilamiento.

Pero en las oficinas de la editorial, frente a Cardona Peña, sudaba yo copiosamente. De veras que lo sucedido era curioso, dije en voz muy baja. Y para evitarme complicaciones retiré mi guion y propuse que se publicara el de Gonzalo. Así ocurrió y el mundo continuó girando imperturbable.

El sábado siguiente Martré y yo nos encontramos en el Salón Palacio y cuanto antes, frente a sudorosos vasos de ron, hablamos de lo ocurrido con la historia de los cangrejos y prometimos no incurrir de nuevo en tal error. No significaba esto que renunciáramos a piratear argumentos de otros, de ningún modo, sino sencillamente, para evadir penosas coincidencias, en adelante, antes de dar el primer teclazo, intercambiaríamos información sobre los textos ajenos elegidos para la metamorfosis.

Y así lo hicimos y en adelante todo marchó bien.

Tiempo después me nació una duda. ¿De verdad le había pasado de noche el plagio a Cardona Peña?

Número especial del 1/6/1970.

Fantomas No. 73. México, 1971.




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